Vocabulario:
- Sembraba: Ponía algo (ideas o palabras) para que creciera o produjera un efecto en otras personas.
- Uno (pronombre): Se usa para hablar de una persona en general, sin decir quién específicamente.
- Sermones: Explicaciones largas y serias que alguien da para enseñar, corregir o aconsejar.
- Tocaba (hacer algo): Era el momento de hacer algo; algo que correspondía o se debía hacer.
- Arbolito: Árbol pequeño; en Navidad, el árbol decorado típico de las fiestas.
- Arepas:Comida redonda hecha principalmente de maíz, típica de Venezuela y Colombia.
- Enviudó: Se quedó viudo, sin esposo o esposa porque esa persona falleció.
- Escoge: Selecciona o elige algo entre varias opciones.
- Largo / larga: Que tiene mucha extensión o duración; que ocupa mucho tiempo o espacio.
- Extrañamos: Echamos de menos; sentimos la ausencia de alguien o algo.
- Chistes: Historias o frases graciosas que hacen reír.
Para escuchar
Una amiga venezolana me contó una historia con la que me identifiqué completamente y que me emocionó muchísimo, aquí te la comparto y espero que te guste tanto como a mí.
En mi familia siempre decíamos que la Abuela Carmen tenía superpoderes. No volaba, no le salían rayos de las manos y tampoco era invisible (aunque a veces aparecía tan silenciosa detrás de uno que parecía magia). Su superpoder era otro:
sembraba palabras.
Sí, literal. Cuando tenía algo importante que decir, la Abuela no lo explicaba con sermones largos. No. Ella tomaba una pequeña caja de madera, metía la mano, sacaba un papelito doblado y lo lanzaba al aire. Entonces decía:
—“Hoy sembramos esta palabra.”
Y todos sabíamos que tocaba aprender una lección.
1. La palabra compartir
Una Navidad, cuando yo tenía siete años, la Abuela sacó la palabra COMPARTIR. Mi primo Diego y yo pensábamos que significaba “darle tus juguetes al otro”, y no estábamos muy emocionados.
—Yo no voy a compartir mi carrito azul, murmuró Diego.
—Pues yo tampoco mi muñeca nueva, respondí.
La Abuela soltó una carcajada que hizo temblar los adornos del arbolito.
—“Compartir no siempre es dar cosas… A veces es dar tiempo. A veces es dar espacio. Y, si se puede, dar arepas.”
Obviamente terminamos compartiendo arepas con queso. Y aprendimos que la Navidad sabía mejor cuando la mesa estaba llena, aunque el queso fuera poco.
2. La palabra familia (la de sangre… y la otra)
Otra vez, la Abuela lanzó al aire el papelito y cayó justo dentro de la taza del tío Ramón. Cuando lo sacó, estaba empapado pero todavía se leía: FAMILIA.
—“La familia no siempre nace —dijo Abuela—. A veces se encuentra.”
Y entonces miramos a la mesa: estaba Ana, la vecina que siempre venía a comer con nosotros porque decía: “la sopa de Carmen cura el alma”; estaba don Luis, amigo de la iglesia, que desde que enviudó celebraba con nosotros; y estaba Juliana, amiga de mi mamá, que decía que la Abuela era más suya que nuestra.
Yo pensé que era raro… pero bonito.
Con el tiempo entendí que la Abuela tenía razón: la familia también se escoge.
Y qué bendición tener una mesa larga donde siempre cabe uno más.
3. La palabra nostalgia
Un diciembre, la caja de madera se abrió sola —o eso dijo la Abuela— y salió la palabra NOSTALGIA.
—“Es que en diciembre siempre extrañamos a alguien”, dijo.
Y todos bajamos la mirada.
Ese año hacía mucha falta el Abuelo, que había partido unos meses antes. La casa estaba llena de risas, sí, pero también tenía un espacio vacío.
La Abuela nos pidió cerrar los ojos.
—“La nostalgia no es para ponernos tristes. Es para recordar lo bueno. Para agradecer las risas, los abrazos, los chistes malos… todo lo que nos dejaron.”
Y entonces, como quien no quiere llorar delante de los demás, nos hizo una pregunta absurda:
—“¿Recuerdan cuando el Abuelo quemó las hallacas porque no sabía cómo calentarlas?”
Todos explotamos de risa.
Recordamos ese día con nostalgia pero también con cariño.
4. La palabra gratitud
La última palabra que sembramos con la Abuela fue GRATITUD.
Esa vez no hubo papeles volando: la Abuela simplemente la dijo en voz baja, mientras me entregaba un dulce de leche.
—“Agradece lo que tienes, lo que tuviste y lo que tendrás. Y si puedes, agradece también por los que ya no están… porque su recuerdo sigue acompañándonos.”
No entendí del todo en ese momento, pero ahora, cada diciembre, cuando preparo las recetas que ella me enseñó, siento que la Abuela está conmigo. Como si su superpoder nunca se hubiera ido.
Porque esas palabras que sembró… crecieron.
Esta historia invita a reflexionar sobre cómo diciembre es un buen tiempo para compartir, valorar la familia y los amigos que se vuelven familia, sentir un poquito de nostalgia bonita, y vivir la gratitud por todo lo que ha sido parte de nuestras vidas.







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